domingo, 4 de octubre de 2009

Pesadillas discotequeras

¡Y yo que creía haberlo visto todo!

Anoche, como cada sábado, salí de fiesta con mi hermana. Poco podíamos imaginar que íbamos a vivir la noche más esperpéntica de nuestras vidas.
Yo ya sabía de sobra que las discotecas son un hervidero de chusma, de gente en su mayoría incultas, groseras y maleducadas, pero lo de anoche fue demasiado.
A saber;

1. Una tipa, con la actitud basta y garrula típica de los 90 estaba con sus amiguitos detrás de mí, mientras yo bailaba con mi hermana. De repente la tía, al parecer en uno de sus incontrolados aspavientos, me golpeó “sin querer” en la cabeza.
Traducido al español: me pegó una hostia del 8, que es mucho más gorda que una del 6 o del 7 (aclaro por si acaso).
Y sí, dolía y mucho. Pero bueno, que por lo menos la individua masculló algo que era semejante a un “perdona” (o eso me pareció oír).

2. Un individuo, al que no conozco de nada, se me acerca y me pregunta “¿Eres pelirroja de verdad?” Mmmm… A ver, primero ¿a ti qué te importa? Y segundo ¿Desde cuando los pelirrojos tienen el pelo ROJO pero ROJO vibrante? Y si hubiese llevado el pelo rosa ¿me hubiese preguntado si era pelirosa de verdad?
Pero bueno, que te lo tomas con humor y te ríes, porque ¡Pobrecito! Al fin y al cabo él no tiene la culpa de ser tan tonto y encima no saberlo.

3. Una servidora sigue bailando ¡Que para eso he venido! Y de repente noto que alguien me toca el hombro. He de decir que a estas alturas de una manera sobrenatural, sé cuándo me tocan el hombro pretendiendo que me gire y cuándo lo hacen con el propósito de joder la marrana.
Y en este caso era la segunda opción, así que seguí bailando como si nada. Como no cumplieron su pueril objetivo, que no era otro que disimular cuando yo me girase, insistieron unas 3 veces más.
A partir de este momento, se me empezó a agotar el sentido del humor.

4. Los mismos individuos, seguían teniendo ganas de demostrar su inagotable estupidez, así que esta vez les pareció más divertido estirar de los cordones de mi top halter (vamos, de esos anudados al cuello). Ja. Ja. Ja. Es la monda.

5. Seguimos en compañía de la chusma de los puntos 3 y 4. Ahora les hace gracia tocarme el pelo. Hay cosas que me molesta de esta chusma, pero la que más (por encima de sus groserías, sus insultos y estupideces varias) es que me toquen. Me HIERVE la sangre cuando lo hacen (quién sabe dónde han metido la mano antes...).

6. Vamos a desayunar y mientras esperamos a que nos sirvan, aparece un tío cubata en mano (un desayuno muy conveniente, según los nutricionistas) y se nos sienta en la mesa. Miro a mi hermana, confundida por la naturalidad con la que se ha sentado, como Pedro por su casa. Al rato, nos pregunta que si habíamos pedido algo, que qué habíamos pedido… Afortunadamente conseguí echarle. El tío daba miedo y era bastante evidente que estaba hasta arriba de sustancias varias.

7. Para miedo lo que viene ahora. Estamos esperando al autobús y aparece un hombre y nos trae una mandarina y nos dice que es para nosotras ¿?
Sí, yo también me quedé de carton-piedra.
Le dijimos que no queríamos y nos dijo que cómo podíamos rechazarla ¡Encima de que se la había robado al Pakistaní de enfrente para ofrecérnosla! ¡Vaya hombre, qué groseras que somos!
Insistió una y mil veces, mientras pelaba la naranja y encima me preguntó si yo me llamaba Jeni y cuando le dijo que no me soltó “¿seguro?” NO qué va, no estoy segura ahora que lo mencionas. Es probable que me haya pasado como al del chiste, que tuvo que esperar a tener 40 años para enterarse de que no se llamaba “Cállate”. Afortunadamente a mi sólo me ha llevado unas dos décadas.
Y la cosa siguió, haciéndose patente que al sujeto en cuestión tenía algún tipo de trastorno mental, pero tampoco voy a seguir con el tema, porque además de que se puso más agresivo, fue bastante desagradable.
Por supuesto en este punto ya estábamos hartas y se nos hizo evidente que aquella noche se había producido una fuga en algún manicomio cercano. O eso o el influjo de la luna llena da miedo.

Sólo me queda decir que, por supuesto eso no es todo; está el que te insulta sin razón aparente, el que se pone a refregarte como si estuviese bailando contigo, el que no entiende que un NO significa que NO y que no es equivalente a SI… Pero vamos que eso ya, es un clásico de la noche que nunca falta (desgraciadamente).

Y después de esto todavía le quedan a una ganas de que llegue el próximo fin de semana.
Aunque no sé, es posible que esta vez sea diferente.
Me estoy planteando jubilarme de la noche.
Ya estoy mayor para estas cosas.

Sí Munch, yo te entiendo...

Por cierto, mención especial merece el barrendero que estuvo vigilando la escena descrita en el punto 7, dispuesto a intervenir si la cosa se ponía fea. Todo un "gentil hombre" que veló por nuestra seguridad.