domingo, 7 de agosto de 2011

A golpe de bisturí

Anoche, entré en el aseo de una discoteca y al verme inmersa en un mar de implantes mamarios pensé ¿Cuántas mujeres con pecho natural quedarán de aquí a 10 años? No pude evitar sentir cierta desazón al ver a tantas mujeres con enormes y esperpénticas prótesis embutidas en sujetadores realzaperas, que no hacían más que obviar el hecho de que llevaban implantes.

Está claro que la situación fue claramente exagerada, que no todas las mujeres que se operan se meten unas prótesis entre pecho y espalda que prácticamente no les caben en el torso y que una discoteca no es precisamente el mejor sitio para juzgar el buen gusto estético (sobre todo en cuanto a prótesis se refiere), pero igualmente me dio que pensar…

Y cavilando, cavilando, llegué a la clara conclusión de que tengo una opinión ambivalente al respecto. Por un lado pienso que si alguien tiene un complejo y puede solucionarlo sometiéndose a una operación (y está dispuesto a ello) ¿Por qué no hacerlo?

Por otra parte, el operarse (y especialmente de los pechos) se ha convertido en algo tan habitual, que es ya algo frívolo; no se trata ya de corregir defectos, sino que es casi una carrera para ver quién las tiene más grandes y más operadas.
Es triste, porque la cirugía estética nació con el noble propósito de corregir defectos, malformaciones o cualquier rasgo corporal que pueda crearnos malestar psíquico (o al menos eso me gusta creer a mí) pero cada vez más se está convirtiendo en un capricho de algunas que aspiran a convertirse en lo más semejante a barbies del porno.

Otro asunto a tratar aparte sería el origen de estos complejos que pretenden eliminarse a golpe de bisturí.
Nos estamos convirtiendo en una sociedad teto-céntrica, en donde el refrán “tiran más dos tetas que dos carretas” cobra más fuerza que nunca.
Estamos creando complejos innecesarios
en personas que no deberían tenerlos y esto está creando la moda del bisturí, como solución mágica a todo.
Somos la sociedad del mínimo esfuerzo. De la solución rápida. Del acomodamiento máximo.

Y esto es lo que está complicando el discernimiento entre el capricho o la necesidad.


¿Debemos entonces censurar a aquellos que
pretenden eliminar un complejo que
la propia sociedad les ha creado?