Esto es lo que hay. Somos deformes. A ver con qué ánimos se arrastra ahora uno por el suelo de este planeta sabiendo lo que sabe de él
JUAN JOSÉ MILLÁS
El País 14/08/2011
** La autora no se hace responsable de sus constantes idas de pinza debidas a su incurable enfermedad mental **
Esto es lo que hay. Somos deformes. A ver con qué ánimos se arrastra ahora uno por el suelo de este planeta sabiendo lo que sabe de él
JUAN JOSÉ MILLÁS
El País 14/08/2011
Anoche, entré en el aseo de una discoteca y al verme inmersa en un mar de implantes mamarios pensé ¿Cuántas mujeres con pecho natural quedarán de aquí a 10 años? No pude evitar sentir cierta desazón al ver a tantas mujeres con enormes y esperpénticas prótesis embutidas en sujetadores realzaperas, que no hacían más que obviar el hecho de que llevaban implantes.
Está claro que la situación fue claramente exagerada, que no todas las mujeres que se operan se meten unas prótesis entre pecho y espalda que prácticamente no les caben en el torso y que una discoteca no es precisamente el mejor sitio para juzgar el buen gusto estético (sobre todo en cuanto a prótesis se refiere), pero igualmente me dio que pensar…
Y cavilando, cavilando, llegué a la clara conclusión de que tengo una opinión ambivalente al respecto. Por un lado pienso que si alguien tiene un complejo y puede solucionarlo sometiéndose a una operación (y está dispuesto a ello) ¿Por qué no hacerlo?
Por otra parte, el operarse (y especialmente de los pechos) se ha convertido en algo tan habitual, que es ya algo frívolo; no se trata ya de corregir defectos, sino que es casi una carrera para ver quién las tiene más grandes y más operadas.
Es triste, porque la cirugía estética nació con el noble propósito de corregir defectos, malformaciones o cualquier rasgo corporal que pueda crearnos malestar psíquico (o al menos eso me gusta creer a mí) pero cada vez más se está convirtiendo en un capricho de algunas que aspiran a convertirse en lo más semejante a barbies del porno.
Otro asunto a tratar aparte sería el origen de estos complejos que pretenden eliminarse a golpe de bisturí.
Nos estamos convirtiendo en una sociedad teto-céntrica, en donde el refrán “tiran más dos tetas que dos carretas” cobra más fuerza que nunca.
Estamos creando complejos innecesarios en personas que no deberían tenerlos y esto está creando la moda del bisturí, como solución mágica a todo.
Somos la sociedad del mínimo esfuerzo. De la solución rápida. Del acomodamiento máximo.
Y esto es lo que está complicando el discernimiento entre el capricho o la necesidad.
El Gatopardo.
G.T. de Lampedusa
Págs. 233-234
Me levanté de un salto, abrí el armario y allí estaba: la peluca rosa.
La saqué del armario y nos miramos intensamente.
“Aquí estamos, peluca, tú y yo.-le dije- Sin intermediarios, sin interrupciones, sin obstáculos, sin testigos…”
Me coloqué ante el espejo de mi habitación y miré mi reflejo. Y miré a la peluca. Y la peluca y yo supimos que lo que iba a pasar era inevitable.
Me la puse. La acomodé bien en mi cráneo y mientras ahuecaba mi nueva melena pensé “Me falta caracterización”.
Entonces, al segundo siguiente, volvía a estar ante el espejo, con mi pijama aún puesto y la peluca bien ahuecada.
Mi cara reflejaba la confusión que sentía al intentar encajar que el vívido momento que acababa de experimentar no había existido en el mundo real.
Lentamente, aún en estado de shock, me quité la peluca. De nuevo la miré y le musité: “… Me das miedo”.
Me dirigí hacia el armario y la coloqué de nuevo en su sitio, el más oscuro rincón del armario, de donde espero (por el bien de mi salud mental), no vuelva a salir.
¡Ah, cuán poderosa es la llamada peluquil!
Pero hoy, en este post, no voy a hablar del drama humano, de la angustia y la enorme carga psicológica que han tenido que soportar tanto los propios mineros como sus familiares. No.
De lo que voy a hablar es del circo. Del show. De un espectáculo esperpéntico en el que mujeres barbudas, hermanos siameses, enanos y demás monstruos de feria han sido sustituidos por mineros, cartas, ipods y webcams. Y del cual los medios de comunicación, al grito de “¡Pasen y vean!” nos han hecho prisioneros, en esta moderna fusión de realidad y espectáculo circense.
Muy reality show, siendo la parte de “reality” más literal que nunca.
Y no me extraña que le hayan sacado tanto jugo, porque lo tiene todo: tensión, emoción, sorpresa, drama…
Y tanta expectación para contemplar a los magníficos ilusionistas ejecutando su truco maestro del escapismo chileno: sobrevivir a ser enterrados vivos.
Finalmente, al concluir tan grandioso número, los asombrados espectadores vuelven a su casa, donde rememorarán durante unas horas tan fascinante hazaña, mientras piensan “¡Qué entretenido es ir al circo!”
Si alguien tenía pensado hacer algún comentario
grosero acerca de lo mucho que le ha ofendido mi post,
le pido que por favor, antes lo lea bien.
Tiene mensaje de fondo y todo (¡!).
(Más vale muy tarde que nunca)