jueves, 15 de julio de 2010

Etiquetas

Todos lo hacemos, a pesar de que muchos intenten negarlo y quede muy bien decir que nunca lo has hecho ni lo harás. Admitámoslo; todos etiquetamos, para bien o para mal.

No creo que sea algo malo en sí, es simplemente algo inherente a la naturaleza del ser humano, puesto que es evolutivamente ventajoso; antaño el etiquetar a algo/alguien de peligroso, podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.Y para qué engañarnos, no hemos cambiado tanto desde que vivíamos en las cavernas y el mayor divertimento era arrearse los unos a los otros con cachiporras hasta que a alguien se le partiese en dos la cavidad craneal (pasatiempo que, dicho sea de paso, sigue entreteniendo a más de uno).Así pues, seguimos etiquetando cual cavernícolas involucionados.

Lo peligroso llega cuando esa etiqueta inicialmente adjudicada a un individuo se la marcamos a fuego, como si de ganado se tratase, pasando a convertirse en una seña que permanecerá inmanente, pase lo que pase.
Totalmente absurdo, increíblemente habitual.

Para mí, la etiqueta es una visión global y carente de matices y por tanto harto imprecisa (y fácilmente equívoca) y que debería desaparecer una vez vas conociendo a la persona que ha sido encasillada.
Lamentablemente, tengo mis dudas de que esto ocurra y seguramente más de uno, al hacer memoria, se dará cuenta de que ha tenido etiquetas de todos los colores y para todos los gustos, llegando a ser en ocasiones, contradictorias.

El principal problema de las etiquetas es que imponen un filtro; ante cualquier cosa que hagas o digas, lo único que destacará será lo que converge con la etiqueta. Así pues, cada acción o palabra pasa a verificar lo que la etiqueta impone (que eres X o Y). Y, mediante este círculo vicioso, final y trágicamente, a la vista de los demás nos convertimos en una etiqueta.

Menos mal que, de vez en cuando la etiqueta se cae ante aplastantes evidencias.

De vez en cuando…