martes, 28 de septiembre de 2010

Diarios de juventud

A todos en algún momento de nuestra vida nos han regalado un diario. O al menos a todas (puesto que al parecer, eso de escribir los pensamientos íntimos es considerado como algo propiamente femenino, porque como ya sabemos, los hombres no tienen sentimientos. Y sí, era un sarcasmo.)

El caso es que a la hora de comprar un regalo para un cumpleaños infantil, el diario se antoja un presente más que socorrido para las pobres madres que tienen que lidiar con la tediosa tarea de encontrar un obsequio para alguien a quien no conocen y que para colmo de males, todavía no ha desarrollado una personalidad definida.

El regalo se hace con la mejor de las intenciones, pero créame señora, no es buena idea. Y es que Este objeto, que a simple vista parece tan inocente, esconde dentro de sí un oscuro potencial; es amigo de la perfidia, hermano de la malevolencia.
Es un arma de destrucción masiva para nuestro amor propio y un insulto a nuestra inteligencia, o mejor dicho, un (re)marcador de nuestra estupidez.

Su mezquindad radica en el hecho de que es bastante peligroso escribir todo lo que se piensa, porque se piensan demasiadas tonterías, incoherencias, maldades, cursiladas y cosas feas en general, que más tarde nos resultarán desagradables de leer.

Esto último es la razón por la cual la gente acaba odiando sus diarios de juventud y les inunda un sentimiento de vergüenza ajena al leerlos (ajena porque quien lo escribió en ese momento fue otra persona distinta a la presente) y siente deseos de quemarlos, destruirlos y de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra.

Y yo lo sé muy bien porque hubo una época en la que escribía diarios. Hay mucha gente que empezó a escribirlos, pero poca que los terminase. Pues bien, yo terminé un par de ellos; los mismos que fueron eliminados no hace mucho.
Demasiados anhelos de juventud y sueños de color del algodón de azúcar (antes de que a alguien se le ocurriese hacerlos de colores extraños). Básicamente del mismo tono que se tendrán a lo largo de toda la vida, porque los pensamientos referidos a anhelos son así: avergonzantes.
Si yo misma hubiese escrito todo lo que se me pasó por la cabeza hace un par de semanas, en este momento estaría intentando arrancarme las falanges de los dedos a mordiscos para impedir que algo semejante volviese a ser escrito.

Afortunadamente para estos casos, lo que se piensa o se dice se olvida con facilidad, no así lo que se escribe. Así pues, a menos que esos pensamientos sean escritos, pasarán fácilmente al olvido.
Ya lo dijo Caio Titus: verba volant, scripta manent.

Es altamente probable que muchos años después el diario se convierta en un bonito y ñoño recuerdo que incluso resulte gracioso, pero hasta que llegue ese momento, el inocente diario puede llegar a convertirse en una poderosa arma especializada en la socava del amor propio. Y no hablemos de su potencial como objeto de mofa o chantaje si cae en despiadadas y ajenas manos.

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